En Barcelona ahora hay víctimas del “casting inmobiliario”
La desproporción entre la mínima oferta de vivienda en alquiler y la elevada demanda, provoca gran competencia entre los interesados ante los propietarios de la vivienda, que son cada vez más exigentes a la hora de elegir un inquilino.
“En Barcelona hemos vuelto a los años noventa. La gente se presenta a ver los pisos en traje y corbata y con la nómina bajo el brazo, saben que los propietarios tendrán dónde elegir”. Esto lo indica un experto de un portal inmobiliario que prefiere omitir su identidad.
La poca oferta de pisos en alquiler y la elevada demanda que hay, han convertido a Barcelona en una selva, con precios en máximos históricos (980 euros de media de enero a junio, según los datos oficiales), los pisos vuelan el mismo día en que se anuncian y por demás exigencias nunca vistas de los propietarios y las agencias.
Exageradas peticiones como las nóminas de un año entero, que el alquiler no supere el 30% de los ingresos, historias de vida laboral, “cartas de motivación” en las que se pide a los aspirantes detallar su perfil y por qué quieren ese piso, el equivalente a hasta cinco mensualidades antes de entrar, “pago y señal en efectivo” de 1.250 euros.
Por otro lado, en barrios donde los inquilinos son en su mayoría extranjeros las rentas son altas, estos candidatos compiten, ofreciendo más dinero del que pide el propietario y dejando a los vecinos de la zona sin opciones. Algunos inquilinos comentan que antes elegías piso, ahora te eligen a ti, te tienes que vender como si fuera una cita, un “casting».
Hasta la fecha habían trascendido situaciones de discriminación, como las reveladas por el Ayuntamiento de Barcelona, que demostró en un estudio que las personas con nombres árabes tienen más dificultades para encontrar piso. Ahora, a la puntuación negativa hay quien añade también vivir solo, tener hijos, mascotas o cobrar de una empresa multinacional en una moneda que no sea el euro.
Ahora cada vez más, alquilar es un humillante proceso de selección del mejor inquilino, con invasiones del derecho a la intimidad y exigencias de detalles sobre la vida laboral o personal que pueden desembocar en discriminaciones xenófobas o sobre las estructuras familiares. Con información de El País.